
No podía creerme lo que ante mí se dibujaba con la sonrisa de un recuerdo olvidado; la tierra era verde y a la vez multicolor gracias a las miles de flores que abrazaban mis pies, las ramas de los numerosos árboles me saludaban como si me hubieran esperado durante décadas; cerca de un anciano roble, un ciervo refinado bebía delicadamente el agua cristalina y fresca del río que dividía la tierra…por último, más allá de donde mi vista podía llegar, observaba las imponentes y blancas montañas que junto a las rayadas nubes y el curioso Sol, me protegían de lo que en un tiempo pasado me obligó a bajar al oscuro, frío y seco sótano – seco porque toda la humedad me había abandonado- .

Comencé a andar por el blando suelo, mientras, me detenía para oler las flores, quitarme la suciedad acumulada por el tiempo en mi cuerpo con el agua del río, jugar al escondite con los animales de ese nuevo y regenerado mundo, y cantar junto a los pájaros en vuelo… Cuando la entrada del sótano se encontraba a tres sinfonías de mi, una lágrima recorrió mis mejillas hasta llegar a mis secos labios. Había encontrado mi hogar, fui hacia a él y lo abracé… luego me tumbé a sus pies, miré hacia el cielo y sólo veía su cara sonriéndome en tono de “Bienvenida”.
La puerta del sótano se cerró, la vida volvería a funcionar y yo con una extraña felicidad le contaba a la Secuoya que nunca había ni podría dejar de soñar.

"Mi amiga la Secuoya "
No hay comentarios:
Publicar un comentario